02/10/2018
Es absolutamente imposible describir el futuro que está por llegar. Basta, como ejemplo, ver las muchas películas de ciencia-ficción de los años 70 y 80, donde coches voladores o aeropatines estaban a la orden del día, pero nadie habló de Internet.
Sin embargo, es posible anticipar o prever cómo van a cambiar nuestras vidas fijándonos en lo que desaparece. Igual que los videoclubs, la URSS o el fax son parte del pasado, pronto lo serán cosas hoy tan cotidianas como el dinero, el trabajo, las tiendas, el petróleo o los volantes.
Sobre esta premisa ha escrito Marta García Aller ‘El fin del mundo tal y como lo conocemos’, un libro que se ha colado entre los best-sellers de no ficción en lengua española y que sirvió de antesala al debate en los desayunos organizados por DigitalES, Las mañanas del Mañana.
La invitada a los desayunos de DigitalES repasó también muchos otros finales. El de los volantes –que fechó para la década de los 40- el del petróleo –superado por nuevas formas de energía- el de las tiendas o el del dinero, que llevará consigo el fin de las colas al suprimir los puntos de pago, el proceso más doloroso de una compra.
También advirtió que el proceso de aproximación a la tecnología va a seguir un patrón parecido al aprendizaje de un niño, primero a través de las manos, luego de la voz. “Hemos aprendido a usar la función táctil de los smartphones, pero cada vez más lo haremos con la voz”, aseguró.
Durante el mismo, la periodista de El Independiente lanzó, al igual que hace en su libro, una serie de reflexiones con el objetivo de invitar a los asistentes a pensar en un futuro cada vez más próximo en el que la “datificación», o extensión de los datos, va a suponer un impacto similar al que produjo en su día la electrificación.
“Ya somos ciborgs –señala García Aller- El smartphone es parte de nuestra memoria, de nuestra capacidad de conversación. Hoy por hoy son una parte externa, pero ya son la antesala de la tecnología que será implantada en nuestros cuerpos”. “La tecnología que triunfa no es siempre la mejor, sino la más cómoda, la que nos hace la vida más fácil”, añadió, en referencia a los weareables.
Otro de los puntos en los que insistió fue en lo que llamó el final de las cosas. “Un adolescente no entiende que los contenidos de antes fuesen objetos y no se actualizasen al momento, como la enciclopedia Larousse”. “Ahora ya no queremos comprar objetos, sino servicios, pagar por el uso y no por la propiedad. Tener un coche como símbolo de libertad es ingenuo y viejuno, ahora los más jóvenes no quieren tener un coche, quieren usarlo”, explicó.
“Hasta la obsolescencia programada se está quedando obsoleta. Ya no queremos objetos, sino servicios, porque lo cool no es cuánto tienes, sino cuántas cosas haces”, afirmó tras subrayar la importancia de las redes sociales para comunicar precisamente todo lo que hacemos.
Asimismo, apuntó que la tecnología está produciendo ya modificaciones en el cerebro humano: aumenta la capacidad de consumir información pero decrece la de atención. “Y también en el comportamiento. Desciende la empatía con el uso del WhatsApp, ya que al no ver la reacción de los receptores del mensaje nos deshumanizamos”, añadió.
La periodista quiso también hacer un llamamiento a la responsabilidad de las empresas tecnológicas en este siglo XXI. “Habría que controlar algunos de los peligros de su uso, como por ejemplo mandar WhatsApp mientras se va conduciendo”, dijo.
Por último, afirmó sin tapujos que la privacidad, un producto de la era industrial y la vida en grandes ciudades, va a desaparecer. “Pero tampoco hay que mitificarla. Cuando se vivía en aldeas tampoco existía y en una sociedad conectada es más que probable que se acabe”, concluyó.