16/01/2024
Ocho de las diez mayores empresas por valor financiero en 2024 son tecnológicas. Las reglas del juego han cambiado en un escenario donde ya no tienen tanta relevancia los recursos naturales. Si hace solo unos años las empresas petroleras y energéticas se contaban entre las más poderosas del planeta, hoy han cedido esa posición a otro tipo de compañías, que basan su riqueza en el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación.
Una oportunidad única para Europa, un continente que no posee grandes reservas de gas y de petróleo, pero sí un ingente número de investigadores, ingenieros y población altamente cualificada con estudios superiores. Talento y liderazgo para adentrarnos en una nueva era, la tecnológica, que ha dejado completamente atrás la revolución industrial que protagonizó los siglos precedentes.
Y sin embargo, la inversión en I+D, clave para competir en este nuevo escenario, está a años luz de la realizada por Estados Unidos, China, Japón o Corea del Sur. Según revela el profesor de ESADE Xavier Ferràs, España dedica el 1,44% de su PIB a actividades de investigación y desarrollo. Lejos del compromiso europeo de invertir el 2%, pero más aún del gasto realizado por China, que invierte 21 veces más que España.
Al ritmo de crecimiento actual (España ha incrementado una centésima su gasto en I+D este año) tardaríamos 110 años en alcanzar el nivel de China, unos 150 el de Japón y Estados Unidos y unos 460 en alcanzar a Israel. Y, lo que es más relevante, unos 60 años en alcanzar la media europea.
Y es que, a pesar del esfuerzo inversor de algunos países como Alemania o Dinamarca, Europa se está quedando atrás en su apoyo a la investigación, que es tanto como decir a la ciencia y la tecnología. Y eso en un momento donde algunos estados hacen una apuesta totalmente decidida por impulsar un sector que está llamado a marcar el siglo XXI.
Es el caso de China, un país que planea invertir más de 100.000 millones en una sola ciudad: Shenzhen. Lo que era una aldea de pescadores en los años 70 es hoy una urbe de más de diecisiete millones y medio de habitantes que alberga el cuarto puerto más importante del mundo. Conocido en Occidente como ‘el Silicon Valley chino’, es la sede de empresas tecnológicas tan pujantes como ZTE, Huawei, Lenovo o Tencent.
Tampoco Estados Unidos parece dispuesto a perder la batalla de la ciencia. Ante la pujante amenaza oriental, la administración Biden ha impulsado una política de reindustrialización y reconcentración de I+D en territorio norteamericano. Hoy este gobierno muestra orgulloso en su web sus inversiones en ciencia y tecnología, que vienen a corresponder a unos 30 años de I+D en España.
Corea del Sur, un país con una población similar a la española, planea construir el mejor ecosistema de creación de chips del mundo, apoyado por cuantiosas inversiones públicas y privadas. Y es que, en un presente muy cercano, la riqueza va a venir determinada por el acceso a tecnologías clave como los chips o la inteligencia artificial. El mundo se va a dividir entre países generadores de tecnología y países dependientes de la tecnología.
Europa tiene que elegir bando, y no demorarse en hacerlo. Las grandes economías están destinando cantidades históricas en I+D y no ocultan su apuesta decidida por la ciencia y la tecnología como motores de un nuevo tiempo donde los recursos naturales no son ya determinantes y donde cobra más importancia que nunca el talento y el liderazgo.